Urbanismo ilustrado
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Urbanismo ilustrado

Casi tres décadas de urbanismo. Se dice pronto. Manuel Ángel González Fustegueras, 52 años, arquitecto radicado en Jerez de la Frontera, ha perdido 20 kilos de peso en los últimos tiempos por prescripción médica. Ya no parece aquel orondo capitán del barco. Pero todavía maneja con soltura el timón de la nave, cuyos marineros querrían, no obstante, que relajase su habitualmente titánico ritmo de trabajo. No se saldrán con la suya. No parece querer parar. Se nota que sigue viendo las cosas de forma distinta a todos los demás. «Yo es que tengo la gran suerte de que me lo paso bien trabajando», confiesa. Rara avis.

 

En su oficina de la calle Santa María, en pleno centro de la ciudad gaditana, pueden estar cocinándose de forma simultánea hasta 18 planes de ordenación territorial distintos. Mapas, gráficos, planos. Todo mezclado en una suerte de desorden funcional que le permite saltar de geografía y territorio sin despeinarse. Es la sala de máquinas de Territorio y Ciudad, su estudio de arquitectura, su empresa, su particular utopía profesional, un espacio mental donde no existen los despachos jerárquicos. Todos procuran estar más o menos juntos. Mezclados. Trabajando en sintonía. Y, como sucede en estos tiempos extraños, a veces pareciera que los mayores son más subversivos, contestatarios y rebeldes que los jóvenes. El signo de los tiempos.

 

El estudio lo fundó en 1997 con el abogado Sebastián Olmedo y el arquitecto Andrés Luque. Posteriormente se incorporó al núcleo de dirección el sevillano Pedro Górgolas, que también es arquitecto pero a muchos nos parece más bien un poeta lírico. Antes, el camino lo hizo en solitario -trabajó en diversos estudios, empezó a firmar planeamiento en solitario- y, como la vida nunca es una lína recta, disfrutó de ciertos desvíos. Por ejemplo: fue concejal de Urbanismo en Jerez y llegó a pisar como diputado electo el Parlamento andaluz, aunque de forma muy breve. Nunca se consideró un político.

 

Su trayectoria como urbanista es apabullante. Más de 40 planeamientos generales a lo largo de casi 30 años. Todos distintos. Todos unidos por una misma filosofía: conseguir que las ciudades y los territorios sobre los que trabajan mejoren, sirvan a los ciudadanos y permitan la convivencia con todos sus matices. Esta labor es ahora reconocida con su nominación oficial al Premio Nacional de Urbanismo 2010, el galardón que el Gobierno central fallará a lo largo de los primeros días de octubre.

 

Estar en la lista de candidatos ya es un mérito. La propuesta, en este caso presentada por la Asociación Española de Técnicos Urbanistas, se sustenta esencialmente en los dos grandes proyectos que Fustegueras y su equipo han sacaso adelante durante la última década. Los planes generales de ordenación urbana de Sevilla y de Marbella. Dos ejemplos de la forma de hacer las cosas del urbanista que quizás mejor conozca la situación de su disciplina en Andalucía.

 

Sevilla le permitió dar un importante salto de escala. Se hizo cargo de la ordenación urbanística de la capital de Andalucía hace ahora más o menos diez años. En aquel momento la ciudad sufría fuertes tensiones debido al agotamiento del Plan General de 1987 -el previo a la Exposición Universal- y al pulso de poder entre lo público y lo privado que simbolizó la pretensión de construir en la dehesa de Tablada. Fustegueras serenó los ánimos, fue capaz de sacar adelante un proceso de participación ciudadana que le permitió sustentar muchas de sus decisiones y negoció con los propietarios de suelo un modelo urbano en el que los seres humanos están por encima de las máquinas, los grandes operadores inmobiliarios pagan los equipamientos en los barrios con necesidades dotacionales -la costumbre imperante en Sevilla a lo largo de la historia era justo la contraria- y la cohesión social se entiende como una prioridad a la hora de hacer urbanismo. La ciudad actual, referente en parte en materias como la movilidad sostenible y el uso de la bicicleta, no se entendería sin su trabajo.

 

En Marbella le tocó un toro difícil de lidiar. Distinto. Llegó a la capital de la Costa del Sol como solución de urgencia para tratar de poner orden después de los largos años de la Era Gil, cuyos excesos precisamente comenzaron ayer a ser juzgados. La ciudad había perdido prestigio, la legalidad urbanística había sido sistemáticamente violada -con la complicidad del Consistorio- y la espuma de la fiesta salvaje del ladrillo había dejado a los vecinos honestos de Marbella sin equipamientos y dotaciones públicas. Toda la ciudad no era más que un gigantesco monopoly.

Su estrategia permitió legalizar una parte de las 30.000 viviendas ilegales que dejó como herencia la red de corrupción marbellí sin aceptar un proceso de amnistía -que hubiera sido injusto- y recuperando, mediante un sistema de compensaciones, hasta 1,8 millones de metros cuadrados para equipamientos y zonas verdes que habían sido hurtados a los vecinos de toda la vida. De forma discreta pero firme, devolvió credibilidad urbanística al lugar que fue el símbolo de los excesos de la burbuja.

 

Marbella y Sevilla son los dos principales ejemplos del estilo Fustegueras. Pero al arquitecto jerezano nunca le han atado la geografía ni las patrias. Buena muestra es la labor de cooperación que desde hace años desarrolla en Cuba, México, Argentina, Marruecos y, sobre todo, en Uruguay. Es el padre del Plan de Ordenación Territorial de Montevideo, la única ciudad del mundo donde los ricos viven en zonas relativamente pantanosas y los pobres en los cerros. Una labor que le ha vinculado sentimentalmente a la minúscula república del Cono Sur tanto como a Andalucía, en especial a los que él llama sus territorios del Sur. Barbate, Los Barrios, Algeciras, Chiclana, San Fernando, Conil o El Puerto. Aunque la ciudad de Fustegueras en realidad es siempre la misma: el eterno territorio del anhelo. El espacio (posible) de la libertad.