¿Chapapote en el centro histórico?
Ahora que se anuncia una nueva ‘marea negra’ puede ser un buen momento para reflexionar sobre si se viene actuando con una pauta coherente en las intervenciones sobre el espacio público de nuestro centro histórico. En mi opinión no, dando lugar a unos resultados muy dispares en las pavimentaciones. Esto es así porque a nivel técnico los proyectos se realizan por diversos departamentos municipales donde priman exclusivamente criterios de oportunidad o económicos y, a nivel político, con un curioso entendimiento de lo que es la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones, a la que por las declaraciones que se oyen no se le consulta, se le ‘amenaza’: o chapapote o nada.
Argumentan que es el procedimiento más barato y rápido. Con ello, se puede volver a reproducir una de las mayores, entre tantas, de las chapuzas consumadas en Jerez en los años 70 del siglo pasado, cuando la ‘marea negra’ se comió al adoquín de nuestras calles (se invocaban las mismas razones), y que tuvo como consecuencias: la desaparición de aceras, el fomento del automóvil en el centro histórico, problemas de evacuación de aguas, una ciudad gris y carente de personalidad, y en conjunto, un aspecto deplorable del pavimento, aumentado por la discontinuidad y los parches que las frecuentes reparaciones originan en el asfalto.
Quienes defienden retirar los centenarios adoquines de granito tallados a mano por los canteros, y sustituirlos por el contaminante chapapote, se olvidan de que gran parte de la percepción de una ciudad está en sus pavimentos. Nuestra mirada cubre un ángulo de unos 40 grados, de los cuales la mayoría está en la forma del suelo. El pavimento puede tener más importancia que la arquitectura en la percepción visual de un conjunto histórico. Cada ciudad e incluso, cada país, tiene su cultura de pavimentación. Sus formas nos hablan de las diferentes tradiciones: los bellos empedrados portugueses; el ladrillo que pavimenta las ciudades de los Países Bajos; las grandes losas de granito en Berlín o los adoquines de granito en ciudades españolas importantes, entre ellas Jerez, que, a mediados del XIX, estimulada por las reformas y cambios del paisaje urbano que propiciaba la nueva sociedad urbana del negocio del vino, se modernizaba a imagen de París, que bajo el lema “agua, aire y sombra” los impuso en todas sus calles.
Ya en aquellos años le ganó la batalla al asfalto, que ya existía, para sustituir al tradicional empedrado medieval. Y lo hizo porque es un material que responde mejor a las dos cualidades principales que para la pavimentación urbana se valoran en las guías y manuales de diseño urbano: la relativa a la calidad estética del diseño del suelo, y la referida a los requerimientos funcionales a los que está sometido el diseño del pavimento.
En efecto, el adoquinado de granito no es solo un noble asiento de piedra natural para la ciudad, de aspecto unitario y armonioso, que permite muchas posibilidades de diseño por sus diferentes formatos y texturas, sino que, además, se puede levantar y colocar nuevamente en forma simple y económica cuando se requiera para instalar o reparar cualquier conexión subterránea, y corregir desniveles superficiales sin perdidas de materiales y sin dejar señales en el pavimento (¿por qué no lo hacen?); que diseñado y construido apropiadamente es capaz de soportar cargas muy altas, y habilitar el tránsito inmediatamente después de su colocación; es duradero, con buena adherencia, elevada resistencia al desgaste y excelentes cualidades reflectantes de la luz; no precisa tanta pendiente para la evacuación de aguas pluviales; y muy importante en nuestro entorno: no retiene tanto el calor como el asfalto (del orden de 3 grados de diferencia). Y sí, es cierto, para el tránsito de vehículos, ¡a velocidades superiores a los 50 km/h!, es incómodo para los conductores y más ruidoso, pero ¿no quedamos en que lo ideal para el centro histórico es pacificar el tráfico y que sea lo más peatonal posible?
Esperemos que esta reflexión sirva, al menos, para que se piense en elaborar una normativa más estricta, que permita respetar el pavimento tradicional de la ciudad, de forma que dotar de un adecuado nivel de urbanización al centro histórico pudiera quedar al margen de chapuzas y escaramuzas diarias, y fuera asumida por todos como una operación necesaria, fructífera y, no lo olvidemos, barata. Porque, no lo duden, a medio plazo es más barato reutilizar.